En pasados días estaba tramitando mi pasaporte, sentada en la primera fila frente al mostrador, pues llevaba a mi bebé, la carriola y todo el instrumental que se usa para salir con estos diminutos infantes que ¡necesitan de todo! En eso estaba, cuando se sentaron junto a mí un par de señoras ya mayores, muy agradables por cierto, con quienes entablé una conversación mientras esperábamos nuestros respectivos turnos. De pronto, llamaron a una de ellas, quedando su lugar vacío. A los pocos minutos una joven de unos veinte años ocupó su lugar sin fijarse si alguien estaba ahí sentado y sin preguntarnos nada al respecto, ella sólo estaba preocupada por sí misma.
Un momento después regresó la señora. Yo estaba segura que esta chamaca se iba a levantar y regresar su asiento a la señora, pero cuál sería mi sorpresa cuando al verla de pie junto a su amiga no hizo gesto alguno y siguió tan campante. Yo al ver esto, le dije varias veces: “oye, oye, oye” y la escuincla se hizo como que nunca me escuchó… Para llamar su atención le toque el hombro y por fin se digno en voltear a verme. Le pedí amablemente que le dejara el lugar a la señora pues ella estaba ahí antes. Juré que en seguida pediría disculpas y se levantaría, pero cual sería mi sorpresa cuando me dijo con tono prepotente intentando ser fresa VIP: “Aquí no había nadie y no me voy a mover”.
Las señoras y yo, además de toda la gente de las filas cercanas, nos quedamos en shock… Creo que todavía no puedo cerrar la boca de la impresión que esta actitud me causó. De nuevo le expliqué que la señora estaba antes y que era una señora mayor, que por favor se levantara y le mostré que había otros lugares unos cuantos pasos atrás. Cínica y grosera se negó de nuevo… Todos estábamos muy sorprendidos, yo le dije que le daría mi lugar pero llevaba a un bebé en brazos y me dijo: “¿Y eso qué?”. Así tal cual. Total que una señora de la fila de atrás le dio el lugar a la señora y seguimos platicando del asunto muy ofendidas por supuesto.
La niña malcriada comenzó a llamar por celular casi a gritos, mostrando más de su grosería, ya que para escuchar cuando llaman los turnos se debe estar con voz moderada por respeto a los demás y para no perder el turno. De pronto dejó de hablar y dejamos de prestarle atención.
Unos minutos después entra una señora fachosa, despeinada, muy alterada, como si hubiera venido corriendo. Se para junto a la joven y comienzan a hablar enojadas. De pronto una mirada penetrante llamó mi atención. Descubrí que era la señora quien me decía todo tipo de groserías en voz moderada pero gesticulando perfectamente para que yo me diera cuenta de lo que me decía y por supuesto se trataba de “la mamá de la niña”. El asombro no cabía en todas las personas que esperábamos por el pasaporte. Encima de la grosería de la niña ahora la madre llegaba a ¿defenderla? No lo podíamos creer.
Cansada de los insultos de la mujer cuervo, me levanté para pedirle a las autoridades de la oficina que la calmaran… que no había razón para lo que estaba haciendo. Por supuesto que esta señora se levantó cuando yo estaba reportando los hechos para alegar como en verdulería. Yo mejor me senté de nuevo y la ignoré. Nunca se calmó y tuvo que venir la gente de vigilancia par tratar de razonar con ella. Afortunadamente les pidieron a ambas mujeres: madre e hija cuervo que se salieran de la oficina ya que no se sabían comportar. Todos nos quedamos agradecidos porque alguien puso orden en la situación.
Sin embargo, me quedo pensando ¿cuántos maestros de nuestro país tienen que vivir este tipo de “escenitas” a diario? ¿Cuántos padres de familia defienden lo indefendible de sus hijos con tal de no ver lo que les ocasiona dolor? ¿Cuántos padres son ciegos con tal de no ver lo que han sembrado en esos seres irreverentes? Y lo peor del caso es que este tipo de hijos “cuervo” parece que se multiplican como gremlins.
En mi opinión, una gran parte del bullying que vemos a diario en las aulas se debe a padres y madres que alimentan cuervos o cuervitos o cuervos “VIP” y encima de todo defienden sus faltas de respeto, sus atropellamientos, sus groserías, sus mañas, sus malas actitudes y a base de gritos, amenazas y falsos testimonios, manipulan la información para que sus “curvos disfrazados de angelitos” sigan en las escuelas portándose como les de su regalada gana… Más de una vez he presenciado como el “bulleado”, es decir, la víctima es quien debe dejar la escuela porque al bully –el agresor- no hay poder humano que lo corrija o que lo saque de un sistema que fomenta y posterga su gran grosería por medio a las demandas de sus padres. Así que sigamos criando curvos y por supuesto que NOS SACARÁN LOS OJOS.